Cuenta
la historia oficial que Vasco Núñez de Balboa fue el primer hombre que vio,
desde
una
cumbre de Panamá, los dos océanos. Los que allí vivían, ¿eran ciegos?
¿Quiénes
pusieron sus primeros nombres al maíz y a la papa y al tomate y al chocolate y
a las montañas y a los ríos de América? ¿Hernán Cortés, Francisco Pizarro? Los
que allí vivían, ¿eran mudos?
Nos
han dicho, y nos siguen diciendo, que los peregrinos del Mayflower fueron a
poblar América. ¿América estaba vacía?
Como
Colón no entendía lo que decían, creyó que no sabían hablar.
Como
andaban desnudos, eran mansos y daban todo a cambio de nada, creyó que no eran
gentes de razón.
Y
como estaba seguro de haber entrado al Oriente por la puerta de atrás, creyó
que eran indios de la India.
Después,
durante su segundo viaje, el almirante dictó un acta estableciendo que Cuba era
parte del Asia.
El
documento del 14 de junio de 1494 dejó constancia de que los tripulantes de sus
tres naves lo reconocían así; y a quien dijera lo contrario se le darían cien
azotes, se le cobraría una pena de diez mil maravedíes y se le cortaría la
lengua.
El
notario, Hernán Pérez de Luna, dio fe.
Y
al pie firmaron los marinos que sabían firmar.
Los
conquistadores exigían que América fuera lo que no era. No veían lo que veían,
sino lo que querían ver: la fuente de la juventud, la ciudad del oro, el reino
de las esmeraldas, el país de la canela. Y retrataron a los americanos tal como
antes habían imaginado a los paganos de Oriente.
Cristóbal
Colón vio en las costas de Cuba sirenas con caras de hombre y plumas de gallo,
y supo que no lejos de allí los hombres y las mujeres tenían rabos.
En
la Guayana, según sir Walter Raleigh, había gente con los ojos en los hombros y
la boca en el pecho.
En
Venezuela, según fray Pedro Simón, había indios de orejas tan grandes que las
arrastraban por los suelos.
En
el río Amazonas, según Cristóbal de Acuña, los nativos tenían los pies al
revés, con los talones adelante y los dedos atrás, y según Pedro Martín de
Anglería las mujeres se mutilaban un seno para el mejor disparo de sus flechas.
Anglería,
que escribió la primera historia de América pero nunca estuvo allí, afirmó
también que en el Nuevo Mundo había gente con rabos, como había contado Colón,
y sus rabos eran tan largos que sólo podían sentarse en asientos con agujeros.
El
Código Negro prohibía la tortura de los esclavos en las colonias francesas.
Pero no era por torturar, sino por educar, que los amos azotaban a sus negros y
cuando huían les cortaban los tendones.
Eran
conmovedoras las leyes de Indias, que protegían a los indios en las colonias
españolas. Pero más conmovedoras eran la picota y la horca clavadas en el
centro de cada Plaza Mayor.
Muy
convincente resultaba la lectura del Requerimiento, que en vísperas del asalto
a cada aldea explicaba a los indios que Dios había venido al mundo y que había
dejado en su lugar a San Pedro y que San Pedro tenía por sucesor al Santo Padre
y que el Santo Padre había hecho merced a la reina de Castilla de toda esta
tierra y que por eso debían irse de aquí o pagar tributo en oro y que en caso
de negativa o demora se les haría la guerra y ellos serían convertidos en
esclavos y también sus mujeres y sus hijos. Pero este Requerimiento de
obediencia se leía en el monte, en plena noche, en lengua castellana y sin
intérprete, en presencia del notario y de ningún indio, porque los indios
dormían, a algunas leguas de distancia, y no tenían la menor idea de lo que se
les venía encima.
Hasta
no hace mucho, el 12 de octubre era el Día de la Raza.
Pero,
¿acaso existe semejante cosa? ¿Qué es la raza, además de una mentira útil para
exprimir y exterminar al prójimo?
En
el año 1942, cuando Estados Unidos entró en la guerra mundial, la Cruz Roja de
ese país decidió que la sangre negra no sería admitida en sus bancos de plasma.
Así se evitaba que la mezcla de razas, prohibida en la cama, se hiciera por
inyección. ¿Alguien ha visto, alguna vez, sangre negra?
Después,
el Día de la Raza pasó a ser el Día del Encuentro.
¿Son
encuentros las invasiones coloniales? ¿Las de ayer, y las de hoy, encuentros?
¿No habría que llamarlas, más bien, violaciones?
Quizás
el episodio más revelador de la historia de América ocurrió en el año 1563, en
Chile. El fortín de Arauco estaba sitiado por los indios, sin agua ni comida,
pero el capitán Lorenzo Bernal se negó a rendirse. Desde la empalizada, gritó:
—
¡Nosotros seremos cada vez más!
—
¿Con qué mujeres? –preguntó el jefe indio.
—
Con las vuestras. Nosotros les haremos hijos que serán vuestros amos.
Los
invasores llamaron caníbales a los antiguos americanos, pero más caníbal era el
Cerro Rico de Potosí, cuyas bocas comían carne de indios para alimentar el
desarrollo capitalista de Europa.
Y
los llamaron idólatras, porque creían que la naturaleza es sagrada y que somos
hermanos de todo lo que tiene piernas, patas, alas o raíces.
Y
los llamaron salvajes. En eso, al menos, no se equivocaron. Tan brutos eran los
indios que ignoraban que debían exigir visa, certificado de buena conducta y
permiso de trabajo a Colón, Cabral, Cortés, Alvarado, Pizarro y los peregrinos
del Mayflower.(Red Voltaire)
Eduardo
Galeano/Periodista y escritor uruguayo, autor de Las Venas Abiertas de América
Latina, La canción de nosotros, Días y noches de amor y de guerra, Las palabras
andantes, El libro de los abrazos, entre otros.